En el corazón del centro histórico de Irapuato, es común encontrarse con Margarito Martínez Aguilar, un hombre de 95 años que, a pesar de su avanzada edad, sigue recorriendo las calles con su tradicional carrito de paletas de la Providencia.
Don Margarito, como cariñosamente lo llaman, vende los tradicionales bolis y sándwiches de sabores como fresa y vainilla, aunque confiesa que sus ingresos no son suficientes, sin embargo, su tenacidad y amor por su familia lo impulsan a continuar, pues en casa lo espera su esposa, quien se encuentra convaleciente tras fracturarse una pierna.
Originario de la comunidad de San Rafael de Horta, ubicada entre La Joya y Peñuelas, Don Margarito empieza su jornada laboral a las 9 de la mañana, cada día, emprende un viaje de una hora para llegar al centro de Irapuato con su carrito, y no descansa hasta las 6 de la tarde, cuando da por concluida su jornada, aunque no tiene un lugar fijo de venta, su presencia es familiar en las calles, donde grandes y pequeños lo reciben con una sonrisa.
Las niñas y niños, especialmente, disfrutan de sus bolis y sándwiches y a menudo se suben a su carrito, un símbolo nostálgico de una tradición que poco a poco está desapareciendo. "Ya casi no se ven estos carritos", comenta don Margarito, consciente de que su oficio es una ventana al pasado.
Para muchos adultos, ver a Don Margarito con su carrito evoca recuerdos de su infancia. "Me dicen que lo primero que hacían de niños era meter la cabeza en la hielera para buscar esos bolis de fresa y vainilla, y los sándwiches que tanto les gustaban", comparte con una sonrisa.
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Comentó que la venta mejora un poco cuando salen los niños de las escuelas y sobre todo cuando se instala cerca de ellas.
También don Margarito enfrenta retos y nos comentó que, en ocasiones, le piden que se retire de las áreas de las escuelas, argumentando que no puede vender ahí. Sin embargo, él se considera un vendedor que se mueven de un lugar a otro con la esperanza de llevar un poco de alegría a quienes lo encuentran en su camino.