/ miércoles 10 de mayo de 2023

"¡Por mis hijos todo!"

Vanessa Villegas, una madre migrante venezolana, ha soportado insomnio, hambre, frío y hasta peligros con tal de llegar a Estados Unidos, para ofrecerle un mejor futuro a sus tres hijos y a su hija, pues en su país no pudo lograrlo

Una tarde de febrero, Vanessa Villegas cerró por última vez la puerta de su casa que tenía en la provincia de Cumaná, en Venezuela. No volteó para atrás, pues no quería que la nostalgia le ganara. Lanzó un largo suspiro y tomó a sus tres hijos y a su hija de las manos y decidió partir con rumbo hacia Estados Unidos. Sabía que pasaría hambres, desvelos, pero eran casi los mismos que tendría si se quedaba en territorio venezolano, en donde con lo que ganaba su esposo no alcanzaba ni para pagar la renta ni para comer los seis que vivían en esa casa.

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Desde hace cuatro años, Vanessa no celebra el Día de las Madres. Un año no lo hizo porque no había dinero para ello, dos años porque la pandemia no lo permitió por el aislamiento social y ahora, porque sigue caminando y viajando con rumbo a Chicago, lugar al que se trazó como meta para llegar y comenzar una nueva vida con sus tres hijos, su hija y su esposo.


A bordo del tren, Vanessa viaja con sus hijos.


Vanessa es parte de ese éxodo sudamericano que se ha dejado sentir en los últimos dos años en México y particularmente en Guanajuato, por donde pasa el tren con rumbo hacia Guadalajara y hacia Zacatecas, los dos puntos obligados para quienes buscan llegar a bordo del ferrocarril hacia la frontera con Estados Unidos.

La comida que consiguen primero asegura que la tengan sus hijos. / Fotos: José Luis Cervantes | El Sol de Irapuato.

De acuerdo con el Diagnóstico de Movilidad Humana en Guanajuato, elaborado por la Unidad de Política Migratoria, Registro e Identidad de Personas de la Secretaría de Gobierno, entre 2019 y 2021, 9 de cada 10 personas migrantes que llegaban al estado eran de nacionalidad hondureña, nicaragüense o guatemalteca; sin embargo, a finales de 2022, particularmente desde octubre de ese año, se empezó a notar una oleada de sudamericanos, sobre todo venezolanos y colombianos, y la ecuación quedó que por cada 10 migrantes que llegan al estado, dos son de Colombia, dos de Venezuela, cuatro de Centroamérica y dos de Haití.


Rendirse no es una opción para una madre migrante.


Lo más complejo es viajar por México


Yeremi Gabriel, Luna Ágata, Jeremías y Job Jacob tienen 11, 10, 7 y 2 años, respectivamente. Para Vanessa, que sus hijos coman es su prioridad, pero en los dos meses que lleva viajando rumbo a Estados Unidos ha sido complicado, sobre todo porque en los campamentos migrantes pululan los robos y la ley del más fuerte es la que rige.

“Mi esposo tiene que salir a buscar qué comer. Se va a veces todo el día, se va a centros comerciales a buscar detrás a ver si tiran algo que pueda servir para traerlo”, cuenta Vanessa, quien dice que en todo ese rato no puede dormitar, pues le pueden robar lo poco que tiene.


Mientras su esposo consigue comida, ella cuida a sus hijos.


“Para una madre migrante no es opción dormir. Hemos visto cómo a la gente que se queda dormida le han robado el agua, la comida. Ha habido golpes por ello. Tampoco duermo, porque escuchamos que entre los campamentos hay Maras y que ya se han robado niños. Dormir no es una opción”, aseguró.

El trayecto más difícil ha sido el de México. La frase que les dijeron cuando entraron al país, por Chiapas, fue que se puede entrar, pero no se sabe cómo van a salir.


Las vías han sido el paisaje que ha visto Vanessa en los últimos meses.


Antes de caminar por México, Vanessa anduvo junto con sus tres hijos por tres semanas por la selva del Darién. Le dijeron que en cinco días se podía recorrer ese tramo y no fue así.

El Darién es una región de selva ubicada entre Colombia y Panamá y es también la primera aduana que tienen que atravesar colombianos y venezolanos en su camino hacia Estados Unidos. Es considerado uno de los sitios más peligrosos de Sudamérica, pues hay varios riesgos en esa zona: ahí operan mafias dedicadas a la extorsión de migrantes, pero otro de los peligros es la fauna del lugar, la cual se compone de jaguares, pumas, serpientes y alacranes; por ser un área selvática hay enfermedades propias del lugar, como la malaria o el dengue y que transmiten los mosquitos y es también una zona con alta incidencia de violencia sexual, pues de acuerdo con la organización Médicos Sin Fronteras, entre 10 y 15% de los migrantes que caminan por ese lugar sufren violaciones por pate de delincuentes asentados en la zona, la mayoría de las víctimas son adolescentes y mujeres.


“Por mis hijos todo”, dice Vanessa Villegas.


Vanessa estuvo ahí, con sus cuatro hijos y también tuvo que permanecer varias horas durante algunos días sola, en lo que su esposo conseguía algo para comer. Pero con todo y esos riesgos, para su familia ha sido más difícil viajar por México.


La pelea por los cartones y la llegada a la frontera


Un cartón se ha vuelto el colchón más confortable para quienes viajan a bordo de La Bestia, como le llaman al ferrocarril. Ha habido peleas, algunas casi a muerte, por un pedazo de cartón, para no dormir entre las piedras que cargan los vagones.


Los cartones se vuelven cómodos colchones para migrantes.


Vanessa ha tenido que entregar su cartón en más de alguna ocasión para que Yeremi Gabriel, Luna Ágata, Jeremías y Job Jacob viajen menos incómodos sobre las piedras, que en las madrugadas parecen convertirse en hielos, debido al aire y a la velocidad a la que viaja el tren.

Durante dos meses, Vanessa no ha comido bien, pero ha llegado a la frontera. Sabe que el trayecto es menor y que la posibilidad de ingresar a Estados Unidos como refugiada junto con su familia está cerca.


No ha sido fácil, pero no se ha rendido.


Llegaron a la frontera a finales de abril y están a la espera de que les den luz verde para poder pasar y llegar a Chicago. El teléfono que carga junto con su esposo lo usan de vez en vez para comunicarse con sus familiares o conocidos y decirles en dónde están.

“Ya estamos en la frontera, cerca de decir misión cumplida”, dicen ambos en un mensaje de WhatsApp. Por lo pronto ya no duermen entre frías piedras, pero sí a la intemperie, aunque para ellos ya es ganancia. Vanessa tiene que seguir en vela cada vez que su esposo no está, porque el fantasma del robo de niños migrantes se ha reavivado en la frontera de Ciudad Juárez, Chihuahua.


Entre la sombra del dolor y la esperanza.


“No ha sido fácil, ha sido más complejo de lo que pensábamos, pero soy madre y por mis hijos todo, pues ellos son mi todo”. (Con información de Oscar Reyes).

Una tarde de febrero, Vanessa Villegas cerró por última vez la puerta de su casa que tenía en la provincia de Cumaná, en Venezuela. No volteó para atrás, pues no quería que la nostalgia le ganara. Lanzó un largo suspiro y tomó a sus tres hijos y a su hija de las manos y decidió partir con rumbo hacia Estados Unidos. Sabía que pasaría hambres, desvelos, pero eran casi los mismos que tendría si se quedaba en territorio venezolano, en donde con lo que ganaba su esposo no alcanzaba ni para pagar la renta ni para comer los seis que vivían en esa casa.

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Desde hace cuatro años, Vanessa no celebra el Día de las Madres. Un año no lo hizo porque no había dinero para ello, dos años porque la pandemia no lo permitió por el aislamiento social y ahora, porque sigue caminando y viajando con rumbo a Chicago, lugar al que se trazó como meta para llegar y comenzar una nueva vida con sus tres hijos, su hija y su esposo.


A bordo del tren, Vanessa viaja con sus hijos.


Vanessa es parte de ese éxodo sudamericano que se ha dejado sentir en los últimos dos años en México y particularmente en Guanajuato, por donde pasa el tren con rumbo hacia Guadalajara y hacia Zacatecas, los dos puntos obligados para quienes buscan llegar a bordo del ferrocarril hacia la frontera con Estados Unidos.

La comida que consiguen primero asegura que la tengan sus hijos. / Fotos: José Luis Cervantes | El Sol de Irapuato.

De acuerdo con el Diagnóstico de Movilidad Humana en Guanajuato, elaborado por la Unidad de Política Migratoria, Registro e Identidad de Personas de la Secretaría de Gobierno, entre 2019 y 2021, 9 de cada 10 personas migrantes que llegaban al estado eran de nacionalidad hondureña, nicaragüense o guatemalteca; sin embargo, a finales de 2022, particularmente desde octubre de ese año, se empezó a notar una oleada de sudamericanos, sobre todo venezolanos y colombianos, y la ecuación quedó que por cada 10 migrantes que llegan al estado, dos son de Colombia, dos de Venezuela, cuatro de Centroamérica y dos de Haití.


Rendirse no es una opción para una madre migrante.


Lo más complejo es viajar por México


Yeremi Gabriel, Luna Ágata, Jeremías y Job Jacob tienen 11, 10, 7 y 2 años, respectivamente. Para Vanessa, que sus hijos coman es su prioridad, pero en los dos meses que lleva viajando rumbo a Estados Unidos ha sido complicado, sobre todo porque en los campamentos migrantes pululan los robos y la ley del más fuerte es la que rige.

“Mi esposo tiene que salir a buscar qué comer. Se va a veces todo el día, se va a centros comerciales a buscar detrás a ver si tiran algo que pueda servir para traerlo”, cuenta Vanessa, quien dice que en todo ese rato no puede dormitar, pues le pueden robar lo poco que tiene.


Mientras su esposo consigue comida, ella cuida a sus hijos.


“Para una madre migrante no es opción dormir. Hemos visto cómo a la gente que se queda dormida le han robado el agua, la comida. Ha habido golpes por ello. Tampoco duermo, porque escuchamos que entre los campamentos hay Maras y que ya se han robado niños. Dormir no es una opción”, aseguró.

El trayecto más difícil ha sido el de México. La frase que les dijeron cuando entraron al país, por Chiapas, fue que se puede entrar, pero no se sabe cómo van a salir.


Las vías han sido el paisaje que ha visto Vanessa en los últimos meses.


Antes de caminar por México, Vanessa anduvo junto con sus tres hijos por tres semanas por la selva del Darién. Le dijeron que en cinco días se podía recorrer ese tramo y no fue así.

El Darién es una región de selva ubicada entre Colombia y Panamá y es también la primera aduana que tienen que atravesar colombianos y venezolanos en su camino hacia Estados Unidos. Es considerado uno de los sitios más peligrosos de Sudamérica, pues hay varios riesgos en esa zona: ahí operan mafias dedicadas a la extorsión de migrantes, pero otro de los peligros es la fauna del lugar, la cual se compone de jaguares, pumas, serpientes y alacranes; por ser un área selvática hay enfermedades propias del lugar, como la malaria o el dengue y que transmiten los mosquitos y es también una zona con alta incidencia de violencia sexual, pues de acuerdo con la organización Médicos Sin Fronteras, entre 10 y 15% de los migrantes que caminan por ese lugar sufren violaciones por pate de delincuentes asentados en la zona, la mayoría de las víctimas son adolescentes y mujeres.


“Por mis hijos todo”, dice Vanessa Villegas.


Vanessa estuvo ahí, con sus cuatro hijos y también tuvo que permanecer varias horas durante algunos días sola, en lo que su esposo conseguía algo para comer. Pero con todo y esos riesgos, para su familia ha sido más difícil viajar por México.


La pelea por los cartones y la llegada a la frontera


Un cartón se ha vuelto el colchón más confortable para quienes viajan a bordo de La Bestia, como le llaman al ferrocarril. Ha habido peleas, algunas casi a muerte, por un pedazo de cartón, para no dormir entre las piedras que cargan los vagones.


Los cartones se vuelven cómodos colchones para migrantes.


Vanessa ha tenido que entregar su cartón en más de alguna ocasión para que Yeremi Gabriel, Luna Ágata, Jeremías y Job Jacob viajen menos incómodos sobre las piedras, que en las madrugadas parecen convertirse en hielos, debido al aire y a la velocidad a la que viaja el tren.

Durante dos meses, Vanessa no ha comido bien, pero ha llegado a la frontera. Sabe que el trayecto es menor y que la posibilidad de ingresar a Estados Unidos como refugiada junto con su familia está cerca.


No ha sido fácil, pero no se ha rendido.


Llegaron a la frontera a finales de abril y están a la espera de que les den luz verde para poder pasar y llegar a Chicago. El teléfono que carga junto con su esposo lo usan de vez en vez para comunicarse con sus familiares o conocidos y decirles en dónde están.

“Ya estamos en la frontera, cerca de decir misión cumplida”, dicen ambos en un mensaje de WhatsApp. Por lo pronto ya no duermen entre frías piedras, pero sí a la intemperie, aunque para ellos ya es ganancia. Vanessa tiene que seguir en vela cada vez que su esposo no está, porque el fantasma del robo de niños migrantes se ha reavivado en la frontera de Ciudad Juárez, Chihuahua.


Entre la sombra del dolor y la esperanza.


“No ha sido fácil, ha sido más complejo de lo que pensábamos, pero soy madre y por mis hijos todo, pues ellos son mi todo”. (Con información de Oscar Reyes).

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