La leyenda cuenta que una mañana del 2 de junio de 1803 los vecinos de la plazuela de San José, hoy llamada de Carcamanes, muy cerca del Baratillo, despertaron a las seis de la mañana al escuchar gritos de horror provenientes de la casa de la rinconada.
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La viejita que ayudaba al aseo en la casa había llegado muy de mañana, con el primer canto de los gallos y desde que se aceró a la entrada vio correr un hilito de sangre por las baldosas, se apresuró para ver qué se debía la sangre y notó entonces que la puerta estaba abierta, entró con cautela y al primer paso dentro del zaguán se encontró con los cuerpos de dos personas, uno muero a puñaladas y el otro degollado.
Al mismo tiempo, en otra casa cercana, en el callejón del Espinazo, encontraron también el cuerpo sin vida de una joven llamada Luisa, la noticia del triple asesinato corrió muy rápido entre los habitantes de la ciudad, quienes ni tardos ni perezosos buscaron explicación para el sangriento suceso.
Los carcamanes eran dos jóvenes llegados desde Europa a la próspera ciudad de Guanajuato, en busca de fortuna, ya antes había probado suerte en la ciudad de México y Morelia sin mucho éxito, de modo que la fama de las riquezas de la ciudad debida a las ricas minas de plata, atrajo a los jóvenes aventureros, se decía que eran originarios de Alemania y que apellido de uno de ellos era Karkaman razón por la que en el pueblo empezaron a llamarlos los carcamanes siendo sus nombres Arturo y Nicolás.
Los jóvenes instalaron un negocio que rápidamente dio frutos, de modo que asentaron su domicilio en el entresuelo de una casa de tres pisos en la rinconada de la plazuela de San José.
Los dos eran muy unidos entre sí, casi hermanos, y rápidamente empezaron a tener una activa vida social, haciéndose asiduos a las casas de varias familias de abolengo de la ciudad.
Ambos muchachos visitaban regularmente las casas de la ciudad donde la vida nocturna tenía lugar entre música, baile y partidas de cartas.
Así fue como conocieron a una joven alegre y de singular belleza llamada Luis Arturo cayó prendado en ella desde el primer momento, por lo que pronto comenzó a cortejarla y ella le correspondió, durante varios meses la visitó en su casa, pero cuál sería su sorpresa cuando una noche en que, después de haberse marchado, y ya afuera por un olvido o por el simple anhelo amoroso, regreso nuevamente a verla, la encontró nada más y nada menos que con su amigo del alma Nicolás Arturo no se dio a notar, solo los vio a lo lejos y regresó a la rinconada de la plaza, donde el demonio de los celos lo invadió cada vez con más fuerza, iracundo, espero el regreso de su amigo a su casa en la rinconada apenas llegó Nicolás sin concederle tiempo de nada Arturo lo atacó y le dio muerte a puñaladas en el zaguán de la casa, cegado todavía por los celos se dirigió a la casa de Luisa, a quien asesino del mismo modo.
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Durante el regreso a su casa, el camino a pie debió serenar un poco a Arturo mientras recorría las sinuosas calles bajo el fresco de la noche, así que al llegar al zaguán y encontrar el cuerpo sin vida de su amigo Nicolás, que había sido casi un hermano para él, los remordimientos cayeron sobre el asesino, martirizándolo de tal modo que decidió darse muerte ahí mismo, preso de un sufrimiento indescriptible, se degolló con el mismo cuchillo con el que había cometido crimen contra su amigo y su amada.
Nicolás fue sepultado en el antiguo templo de San Juan, hoy templo de San Francisco, y el suicida, Arturo, en el río de Pastita.
La casa fue bendecida muchas veces, pero aun así cada primero de junio se escuchan por la madrigada los gritos y estertores de muerte que recuerdan la matanza sangrienta de aquella noche a manos de Arturo Karkaman, por la traición de Luisa y Nicolás.
Este callejón se ubica por el Baratillo que es una pequeña plazuela donde se ubica una vieja casona que durante muchos años permaneció abandonada, los habitantes de la ciudad preferían no pasar por ahí porque se decía que estaba habitada por fantasmas, los dueños la mandaron bendecir muchas veces, pero no hubo agua bendita ni crucifijos que valieran para expulsar a las ánimas en pena atrapadas en su interior.
Se decía que quienes se aparecían eran los protagonistas de esta leyenda, del brutal asesinato acontecido dos siglos atrás, pues el zaguán de esa casa fue el escenario de uno de los crímenes más sangrientos y enigmáticos que vivió la ciudad en aquella época, la casa está todavía en la plazuela de Carcamanes y su nombre se debe precisamente a esta historia.