/ sábado 20 de noviembre de 2021

Juanito, el hombre que vivió en la Plaza de Toros Revolución

Cumple 81 años de bautizado el coso de la avenida Reforma

Para hablar de la Plaza de Toros Revolución, nadie tiene más autoridad que Juan José López Luna, el único hombre que literalmente vivió, creció, comió y durmió en este recinto y si él dice que este recinto cumple 84 años y no 81, debe creerse así.


Cuando era niño, Juanito y sus hermanos se sentaban en el “banquito” a ver entrenar toreros.


“La plaza comenzó a ser construida en 1936 y para 1937, cuando estaba construida a la mitad, ya se daban corridas de toros, pero fue hasta 1940, cuando terminada de construir, fue bautizada con el nombre de Revolución, pero desde antes había corridas en ella”, cuenta Juanito, como le conocen sus allegados, mientras recorre los pasillos de la que por 15 años fue su casa.

Pero, ¿cómo es que la Plaza de Toros fue la casa de Juan López Luna? En 1963 sus padres y sus hermanos andaban en busca de un lugar en dónde quedarse, pues literalmente no tenían nada. Después de dormir en varios lugares a la intemperie, de montar hogares improvisados con cartones, tejas y lo que hubiera, es en 1963 cuando el profesor Cruces les permite quedarse en la Plaza de Toros, a cambio de que la mantuvieran limpia.


Juanito recorre la plaza como quien lo hace en su casa.


“Sobre todo cuando hubiera corridas, había que desquelitar la plaza y pintarla con una mezcla de cal, penca de nopal y sal. Durante todo el año había que mantenerla limpia también y ese era el cambio que teníamos que pagar por ello”, recuerda, al tiempo que explica que la fecha de ese trato que se formalizó de palabra fue en 1963.

Juanito tenía apenas cinco años y en ese entonces no le pasaba por la cabeza que algún día pudieran gustarle los toros. Es más, no sabía que existía este arte, hasta que comenzó ver a personas que entrenaban y fue entonces que le empezó a llamar la atención su forma de pararse, su forma de andar, de hablar. Los empezó a admirar y quería ser como ellos.


Desde arriba le lanzaban una llanta y que él capotaba para entrenarse.


Sus primeros pininos en el arte de los toros fue de ayudante para “hacer el toro”, es decir, que tomaba los cuernos para ser capoteado por los entrenantes. Ahí poco a poco fue aprendiendo cómo pararse, cómo dar los muletazos y por si fuera poco por ayudar a “hacer el toro” le pagaban 10, 20 centavos que daba a su mamá para que pudiera con ello comprar comida para toda familia que ya tenía a la plaza de toros como hogar.


Tampoco se inauguró el 20 de noviembre


Juanito López Luna develó también otro mito que rodea a la plaza de toros: no fue inaugurada el 20 de noviembre de 1940, pues ese día el entonces presidente, Lázaro Cárdenas, no podía asistir a Irapuato, por lo cual la fecha tuvo que se recorrida.


En ese comedero se quedó dormido, hasta que un toro lo despertó con hambre.


“El cartel fue con el mano a mano de 'Armillita' y Lorenzo Garza con toros de La Punta, quedando desde entonces bautizado el coso como Revolución y quedando también la tradición de una corrida cada 20 de Noviembre.

“De la corrida, aquello fue un fiestón y un llenazo, porque todos querían ver el mano a mano de 'Armillita' y Garza; fue un agarrón tremendo, porque Fermín bordó el toreo con su sello y cortó cuatro orejas y rabo, pero Garza, que primero armó una gran bronca, en el último toro se inspiró y cortó orejas y rabo y al final la locura y todo mundo salió toreando”, recuerda Juanito López Luna, que si bien no lo vivió, supo de ello por crónicas que leyó, por historias que escuchó y así pudo recrear aquel histórico momento que a él se le sigue enchinando la piel por contarlo, sin haber estado presente.


81 años de bautizada tiene la Plaza de Toros Revolución.


El coso, su gran casa


Juanito López Luna conoce todos y cada uno de los pasillos de la Plaza de Toros Revolución. Ahí jugó canicas, jugó futbol. Ahí también se bañó, pues como el recinto tiene unos hoyos en las gradas para que por ahí escurra el agua de lluvia y no se estanque, esas eran las regaderas que usaban él y sus hermanos usaban después de haberse enlodado por jugar en el redondel.

La plaza de toros también lo vio llorar. Como aquella noche, en la que por haber realizado alguna travesura, su papá lo reprendió a golpes y para que ya no le siguiera pegando durante el transcurso de la noche, se fue a esconder a los corrales donde habían toros de una corrida que estaba próxima a realizarse.



“Ahorita me acuerdo y digo que qué tontería, pero en mi inocencia no medí el peligro. Esa noche me escondí y me fui al corral. Había unos comederos para los toros y ahí me puse en posición fetal y me quedé dormido. Cuando ya era de mañana, sentí que algo me movió y cuando desperté vi la cabeza del toro que me estaba moviendo, pues quería comer y yo estaba acostado en su alimento”.

En otra ocasión similar, Juanito tomó un capote que le dio una de las personas a la que les ayudaba a entrenar y con ella se cubrió durante toda la noche, pues se quedó acostado en una de las gradas de sombra, para que su papá no lo siguiera regañando.



“Fue una muy bonita etapa. Había muchas carencias, pero a la distancia me enorgullezco de haber vivido todo eso, pues me sirvió para ir por un camino que yo quería y que me trajo muchas satisfacciones.


La plaza de la gente


Juanito López Luna hace una pasa y reflexiona. “Antes estaba plaza se llenaba, era icónica y era una parada obligada para matadores de primer nivel, pero la plaza no nada más ha sido para corridas. Cuando la feria se hacía en esta zona de los Viveros Revolución, la plaza era adornada como un gran pastel. Le ponían focos colgantes, la iluminaban muy bonito y de cada poste superior le ponían focos rojos que parecían las velas. Era la plaza de la gente, era todo un ícono y se entienden los movimientos animalistas, los mismos aficionados a los toros que están en contra del maltrato animal, pero un recinto como la plaza debería de tener mayor aprecio y cuidado por su propia gente”.



La Plaza de Toros Revolución fue escenario también de cuando Juanito López Luna, desesperado por tener una oportunidad como torero, decidió lanzarse al ruedo como espontáneo. ¿Qué no vivió Juanito en esa plaza? Él mismo dice que todavía le falta por vivir más, pues si bien no pudo ser torero, pues varias lesiones le impidieron ello, la falta de apoyo, nunca se alejó de su arte, pues se mantuvo como aficionado y posteriormente como cronista dela tauromaquia. Los toros no se van de Juanito.


Aniversario de la esperanza


El 20 de noviembre, la Plaza de Toros Revolución, una de las de mayor tradición de toda la República, está de aniversario.

Para Juan López Luna este aniversario debe ser el de la esperanza, sobre todo porque los 80 años de la plaza no pudieron festejarse por la pandemia de Covid-19.



Juanito extraña aquellas tardes de llenos hasta las lámparas. El torero que más tarde actuó en la Plaza Revolución fue Eloy Cavazos “y siempre llenó la plaza hasta la azotea; Manolo Martínez también la llenó y armaba cada bronca”, recuerda López Luna, quien está listo con su cámara, pluma, libreta y pasión no sólo para presenciar una corrida de toros más, sino también para volver a pisar esa que fue durante tres lustros su primer hogar.


Para hablar de la Plaza de Toros Revolución, nadie tiene más autoridad que Juan José López Luna, el único hombre que literalmente vivió, creció, comió y durmió en este recinto y si él dice que este recinto cumple 84 años y no 81, debe creerse así.


Cuando era niño, Juanito y sus hermanos se sentaban en el “banquito” a ver entrenar toreros.


“La plaza comenzó a ser construida en 1936 y para 1937, cuando estaba construida a la mitad, ya se daban corridas de toros, pero fue hasta 1940, cuando terminada de construir, fue bautizada con el nombre de Revolución, pero desde antes había corridas en ella”, cuenta Juanito, como le conocen sus allegados, mientras recorre los pasillos de la que por 15 años fue su casa.

Pero, ¿cómo es que la Plaza de Toros fue la casa de Juan López Luna? En 1963 sus padres y sus hermanos andaban en busca de un lugar en dónde quedarse, pues literalmente no tenían nada. Después de dormir en varios lugares a la intemperie, de montar hogares improvisados con cartones, tejas y lo que hubiera, es en 1963 cuando el profesor Cruces les permite quedarse en la Plaza de Toros, a cambio de que la mantuvieran limpia.


Juanito recorre la plaza como quien lo hace en su casa.


“Sobre todo cuando hubiera corridas, había que desquelitar la plaza y pintarla con una mezcla de cal, penca de nopal y sal. Durante todo el año había que mantenerla limpia también y ese era el cambio que teníamos que pagar por ello”, recuerda, al tiempo que explica que la fecha de ese trato que se formalizó de palabra fue en 1963.

Juanito tenía apenas cinco años y en ese entonces no le pasaba por la cabeza que algún día pudieran gustarle los toros. Es más, no sabía que existía este arte, hasta que comenzó ver a personas que entrenaban y fue entonces que le empezó a llamar la atención su forma de pararse, su forma de andar, de hablar. Los empezó a admirar y quería ser como ellos.


Desde arriba le lanzaban una llanta y que él capotaba para entrenarse.


Sus primeros pininos en el arte de los toros fue de ayudante para “hacer el toro”, es decir, que tomaba los cuernos para ser capoteado por los entrenantes. Ahí poco a poco fue aprendiendo cómo pararse, cómo dar los muletazos y por si fuera poco por ayudar a “hacer el toro” le pagaban 10, 20 centavos que daba a su mamá para que pudiera con ello comprar comida para toda familia que ya tenía a la plaza de toros como hogar.


Tampoco se inauguró el 20 de noviembre


Juanito López Luna develó también otro mito que rodea a la plaza de toros: no fue inaugurada el 20 de noviembre de 1940, pues ese día el entonces presidente, Lázaro Cárdenas, no podía asistir a Irapuato, por lo cual la fecha tuvo que se recorrida.


En ese comedero se quedó dormido, hasta que un toro lo despertó con hambre.


“El cartel fue con el mano a mano de 'Armillita' y Lorenzo Garza con toros de La Punta, quedando desde entonces bautizado el coso como Revolución y quedando también la tradición de una corrida cada 20 de Noviembre.

“De la corrida, aquello fue un fiestón y un llenazo, porque todos querían ver el mano a mano de 'Armillita' y Garza; fue un agarrón tremendo, porque Fermín bordó el toreo con su sello y cortó cuatro orejas y rabo, pero Garza, que primero armó una gran bronca, en el último toro se inspiró y cortó orejas y rabo y al final la locura y todo mundo salió toreando”, recuerda Juanito López Luna, que si bien no lo vivió, supo de ello por crónicas que leyó, por historias que escuchó y así pudo recrear aquel histórico momento que a él se le sigue enchinando la piel por contarlo, sin haber estado presente.


81 años de bautizada tiene la Plaza de Toros Revolución.


El coso, su gran casa


Juanito López Luna conoce todos y cada uno de los pasillos de la Plaza de Toros Revolución. Ahí jugó canicas, jugó futbol. Ahí también se bañó, pues como el recinto tiene unos hoyos en las gradas para que por ahí escurra el agua de lluvia y no se estanque, esas eran las regaderas que usaban él y sus hermanos usaban después de haberse enlodado por jugar en el redondel.

La plaza de toros también lo vio llorar. Como aquella noche, en la que por haber realizado alguna travesura, su papá lo reprendió a golpes y para que ya no le siguiera pegando durante el transcurso de la noche, se fue a esconder a los corrales donde habían toros de una corrida que estaba próxima a realizarse.



“Ahorita me acuerdo y digo que qué tontería, pero en mi inocencia no medí el peligro. Esa noche me escondí y me fui al corral. Había unos comederos para los toros y ahí me puse en posición fetal y me quedé dormido. Cuando ya era de mañana, sentí que algo me movió y cuando desperté vi la cabeza del toro que me estaba moviendo, pues quería comer y yo estaba acostado en su alimento”.

En otra ocasión similar, Juanito tomó un capote que le dio una de las personas a la que les ayudaba a entrenar y con ella se cubrió durante toda la noche, pues se quedó acostado en una de las gradas de sombra, para que su papá no lo siguiera regañando.



“Fue una muy bonita etapa. Había muchas carencias, pero a la distancia me enorgullezco de haber vivido todo eso, pues me sirvió para ir por un camino que yo quería y que me trajo muchas satisfacciones.


La plaza de la gente


Juanito López Luna hace una pasa y reflexiona. “Antes estaba plaza se llenaba, era icónica y era una parada obligada para matadores de primer nivel, pero la plaza no nada más ha sido para corridas. Cuando la feria se hacía en esta zona de los Viveros Revolución, la plaza era adornada como un gran pastel. Le ponían focos colgantes, la iluminaban muy bonito y de cada poste superior le ponían focos rojos que parecían las velas. Era la plaza de la gente, era todo un ícono y se entienden los movimientos animalistas, los mismos aficionados a los toros que están en contra del maltrato animal, pero un recinto como la plaza debería de tener mayor aprecio y cuidado por su propia gente”.



La Plaza de Toros Revolución fue escenario también de cuando Juanito López Luna, desesperado por tener una oportunidad como torero, decidió lanzarse al ruedo como espontáneo. ¿Qué no vivió Juanito en esa plaza? Él mismo dice que todavía le falta por vivir más, pues si bien no pudo ser torero, pues varias lesiones le impidieron ello, la falta de apoyo, nunca se alejó de su arte, pues se mantuvo como aficionado y posteriormente como cronista dela tauromaquia. Los toros no se van de Juanito.


Aniversario de la esperanza


El 20 de noviembre, la Plaza de Toros Revolución, una de las de mayor tradición de toda la República, está de aniversario.

Para Juan López Luna este aniversario debe ser el de la esperanza, sobre todo porque los 80 años de la plaza no pudieron festejarse por la pandemia de Covid-19.



Juanito extraña aquellas tardes de llenos hasta las lámparas. El torero que más tarde actuó en la Plaza Revolución fue Eloy Cavazos “y siempre llenó la plaza hasta la azotea; Manolo Martínez también la llenó y armaba cada bronca”, recuerda López Luna, quien está listo con su cámara, pluma, libreta y pasión no sólo para presenciar una corrida de toros más, sino también para volver a pisar esa que fue durante tres lustros su primer hogar.


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