María Guadalupe Ortiz Bravo, conocida en su colonia El Ranchito, como la Señora de los Ángeles, desde hace 27 años, lleva a cabo la elaboración de un altar de muertos en honor a su hijo fallecido hace casi 30 años, Juan Gabriel Morales Ortiz, una tradición que refleja el amor y dolor que sigue sintiendo por él.
"Ya tengo más de 20 años haciendo el altar de esta forma, con la ayuda de mis hijas, en un día logramos montarlo. Somos tres personas las que trabajamos en el altar y, aunque es pesado, lo hacemos con mucho amor".
El altar de María Guadalupe está dedicado principalmente a su hijo Juan Gabriel, quien falleció a los 19 años. Su pérdida, repentina y devastadora, dejó una marca imborrable en la familia.
“Falleció un día después de la fiesta de 15 años de mi hija, se ahogó nadando en la presa de la Purísima, era un joven alegre y muy amiguero. Lo conocía toda la gente en Irapuato como El Güero; mis yernos no lo conocieron pero de todos modos le traen ofrendas”, recordó.
María Guadalupe expresó que montar el altar es una actividad melancólica y pesada, no solo por el trabajo físico que implica, sino también por los sentimientos que despierta, y añadió que este año fue más complicado debido a que su esposo Gabriel Morales Beltrán murió de manera sorpresiva.
“A mí me deprime mucho. acostumbro a adornarlo unos días antes y, el 3 de noviembre, a las 5 de la mañana, ya estoy desmontándolo. Este año fue especialmente duro porque mi esposo falleció hace apenas cuatro meses, nos encontrábamos de vacaciones, él ya estaba enfermo pero no de algo que le arrebatara la vida, le dio dos infartos cerebrales, recibió atención médica pero ya no pudieron hacer nada por él”, comentó.
Aunque deseaba incluir una ofrenda para su esposo en el altar, la tradición le sugirió esperar, ya que el alma de su esposo aún estaría en tránsito, según creencias.
"Nos dijeron que tardan de seis meses a un año en cruzar a donde tienen que ir, por eso decidí esperar hasta el próximo año", explicó.
Explicó que el altar comenzó de manera sencilla, con una mesa y pocos elementos, pero con el paso de los años, este ha ido creciendo en tamaño y complejidad gracias a que sus vecinos comenzaron a ayudarles a integrar más objetos y alimentos.
"Empecé con una mesa, luego con dos, y después me di cuenta de que necesitaba más espacio, las mesas no me daban el espacio necesario para poner todas las ofrendas y recordatorios de mi hijo y otros familiares fallecidos", añadió.
El altar de María Guadalupe Ortiz no solo está lleno de recuerdos, sino también de los platillos favoritos de su hijo, quien era aficionado a la comida, postres y frituras.
“Le gustaban las enchiladas, churros de masa, la guajolota, la pata de puerco, la coca, los rancheritos y el dulce de calabaza. él no tenía ningún vicio, pero sí era muy ‘gusgo’, de todo comía”.
Además de los alimentos, el altar contiene siete niveles, una estructura tradicional que representa los pasos hacia el descanso del alma. Inicialmente comenzó con cuatro niveles, pero con el tiempo fue incrementando hasta los siete tradicionales.
“A veces las vecinas me traen veladoras, otras se encargan de algún platillo. Es un gasto, y el apoyo se agradece mucho, esto es porque mi hijo fue muy querido y mi esposo también; cuando le hicimos su rosario, alrededor de 150 personas venían a rezar por él”, narró.
Con esta tradición, mantiene viva la memoria de su hijo, al transmitir el valor de honrar a los difuntos a su familia y comunidad. Mencionó que espera que, algún día, sus hijas y nietos continúen con el montaje de este altar cuando ya no se encuentre con vida.
“Es importante recordar, porque como en una película, muere el que se olvida. Hay que acordarnos siempre de ellos”, concluyó.