A principios del año de 1560, Juan Cardona abandonó el pueblo de Xilotepec con sus hijos Ignacio Cardona, Francisco de la Cruz, Juan Crisóstomo, José María Miñó y Cristóbal Butí, aun cuando tomaron precauciones para esta salida, los habitantes de Xilotepec que ya veneraban esta imagen, salieron en gran número a perseguir a estos indios otomíes que se la habían llevado.
Muchos días pasaron con grandes penalidades por caminos abruptos y accidentados, llegando a un lugar llamado Mamayé (hoy Tepeji del Río), en donde casi fueron alcanzados. Continuaron a Mamení (Ma-lugar, meni-gallo), hoy Tula, Hidalgo.
Después llegaron a Dañú (Da-en, ñú-camino), allí encontraron casas abandonadas y con algunos mantenimientos que les sirvieron para confortarse, descansando, saciando la sed y el hambre; al filo de la media noche, José María que se había quedado en vela, los despertó para decirles que se oían ruidos y pasos y que los jilotepecanos se acercaban, éllos, violentamente sacaron la imagen y al poco rato fueron alcanzados.
En la confusión corrieron a esconder el Cristo dentro de una milpa alta de maíz junto al camino. Los perseguidores se dieron a la tarea de buscarlo pero fue inútil; no encontraron al Cristo blanco.
Después Juan Crisóstomo acude a la imagen y, avisa a Juan Cardona y éste con su gente fueron a ver la imagen por la mañana y cuál sería la sorpresa de todos ellos que, encontraron el Cristo de color negro, lo cual había sucedido milagrosamente “para evitar caer en manos de los perseguidores jilotepecanos”, confundiéndose con el manto de la oscuridad de la noche. Todos se postraron y rezáron ante el señor, entendiendo que él quería permanecer con ellos.
Más tarde llegaron a Ndamxey (Querétaro), aquí se alojaron en un convento Franciscano, siguiendo su peregrinaje a Dés (Gavilan, hoy Apaseo); enseguida llegaron a Natahí (Na-el; tahí-mezquite, hoy Celaya). Ya en lo que hoy es la región del estado de Guanajuato, de aquí atravesaron un río y llegaron a medio día a Degñó (nombre de una hierba que se usa para lavar, hoy Cortazar). A cierta distancia, pasaron por el Guaxe (Villagrán) y por fin llegaron a la aldea conocida ya en ese tiempo como San Juan Bautista Xidóo.
Caminando por ese lugar, el peninsular Baltasar López Ledesma, cuñado de Sancho y Juan de Barahona, les ofrece la Capilla de la Asunción ubicada en la Estancia de Barahona y su casa para que depositaran al Santo Cristo y pudieran descansar.
De paso, Juan Cardona le cuenta toda la historia de peregrinaje con el Santo Cristo a Don Baltasar y él mismo, contrata a un lugareño de suma confianza, indio al que le decían el Tío Lucas Evangelista y este sirvió de sacristán y custodio en la capilla del Cristo recién llegado a la nueva capilla fundada por Don Vasco de Quiroga, por el año de 1560, dedicada a la Virgen de la Asunción, hoy templo Expiatorio.
El mismo Tío Lucas, previniendo que en cualquier momento llegaran los jilotepecanos, perseguidores de Juan Cardona y su Cristo, rezando el Santo Rosario y tomando las cuentas del mismo, hizo otro Cristo igual pero en blanco. La historia señala que, posteriormente llegaba el cacique Gitzín con su gente y le abren las puertas de la antigua capilla, según Gitzín y los suyos, rescatan su Cristo, se llevan la réplica en blanco, quedándose hasta nuestros días la imagen original de color negro en la antigua Xidóo.
Todo esto en el año de 1560 , mismo en que muere su dueño Juan Cardona, en señal de duelo, las campanas empezaron a doblar a muerto por si solas; ni siquiera viento hacía. La alarma cundió por todos lados: la gente de la comarca se levantó y se fue corriendo al Templo de Nuestra señora de la Asunción, al principio creían que las campanas tocaban milagrosamente por la muerte de Juan Cardona, pero cuando llegaron al templo, pudieron observar que las campanas ya no sonaban y que la enorme cruz con la imagen de Cristo, estaba clavada en tierra firme del Altar Mayor.