/ domingo 21 de abril de 2024

Jaime López y el escritor Julián Herbert dedican canción a José Augustín

Se estrenó en el marco del homenaje a José Agustín de “De perfil” en la Fiesta del Libro y la Rosa

“El gran carnal Agustín (San Agustín)”, a cargo de Jaime López y Julián Herbert, el músico y el escritor que fueron amigos del recientemente fallecido José Agustín, se estrenó en el marco del homenaje al autor de “De perfil” en la Fiesta del Libro y la Rosa, que se lleva a cabo en el Centro Cultural Universitario hasta hoy.

Antes de interpretar esta letra inédita en honor a José Agustín, Julián Hebert le dedicó “Ya me voy a morir a los desiertos”, y luego Jaime López, rememoró cuando viajaba con el escritor por carretera: “Era un conductor que iba a alta velocidad, daba miedo subirse con él; pero era parte de su personalidad, manejar a toda velocidad”.

Hebert compartió que “en sus últimas horas de vida, pude hablar con él y sé que se reencontró con la poesía, me recitaba poesía de Rubén Darío".

El homenaje estuvo a cargo de sus hijos Andrés, Jesús, Agustín Jr., y contó con la presencia de Margarita Bermúdez, viuda del escritor.

Sus hijos recordaron la vida familiar de José Agustín, quien, aseguraron, no les permitía leer sus novelas cuando eran niños. Jesús mencionó el constante sonido de la máquina de escribir de su padre, quien sólo usaba un dedo sobre el teclado

“Eran horas y horas escuchar este sonido a lo lejos que desde niños hasta nuestra adolescencia lo llevamos muy grabado”, reseñó.

“Una mañana, cuando tenía 13 años, tomé de la biblioteca ‘Círculo vicioso’. Mi padre me dice ‘¿qué haces ahí?’, me lo quita. Y me dice que de ninguna manera lo puedo leer y en eso entra mi madre Margarita y la reprende. Yo me quedé petrificado y asentí con la cabeza. Y después el primero que leí fue ‘La tumba’, no sólo una vez, varias veces; ya contaba con más de 16 años y sí lo disfruté, porque aborda a un joven rebelde con inclinaciones a la diversión y drogas”.

“Con esto quiero decir que mi papá hacía literatura para adultos muy realista y quería que nosotros siguiéramos en nuestro mundo de niños y fantasía. Sus libros primero nacían de sueños, luego los hacía cuentos, obras de teatro o películas. El libro ‘Pedazos cerca del fuego’ lo considero un libro onírico sin censura porque es de ultrarealismo y fantasía”.

Agustín, siendo el hijo menor conforme fue creciendo, buscó la obra de su padre. “Traté de leer ‘La tumba’, según yo para empezar el orden de sus lanzamientos, al igual que ‘Círculo vicioso’, no es un libro de muchas páginas, es breve; pero mi padre me bateó de jonrón y me lo quitó.

“Me dijo ‘no, no lo leas’. Y a mí me pareció algo injusto, porque él presumía que lo escribió a sus 16 años. Y me pidió que lo leyera a los 18. Él no quería que supiéramos su resbalón en la cárcel. Y luego me permitió leer ‘Amor del bueno’, que es menos existencialista”.

“Siempre persiguió estar presente en nuestras vidas, mas a la hora de comer o cenar. Y nosotros siempre estuvimos o vivimos sus atmósferas literarias. Es una realidad. Todos los días en nuestras vidas era una locura, era una persona espontánea desbordante.

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“Vivimos a su lado un ambiente artístico, cultural, musical y audiovisual, pero él nunca nos dijo hagan esto o lo tienen que aprender sólo nos lo contaba. Todo esto fue nuestra educación en casa”, recuerda Andrés, el hijo mayor.

“Yo lo siento muy presente, como una voz que se va apagando lentamente… los libros están ahí, las imágenes. No sé todavía donde va a desembocar todo esto. El hecho que estamos aquí le daría mucho gusto, que acompañan a mi madre también. Va a estar ahí muy presente mi padre”.

“El gran carnal Agustín (San Agustín)”, a cargo de Jaime López y Julián Herbert, el músico y el escritor que fueron amigos del recientemente fallecido José Agustín, se estrenó en el marco del homenaje al autor de “De perfil” en la Fiesta del Libro y la Rosa, que se lleva a cabo en el Centro Cultural Universitario hasta hoy.

Antes de interpretar esta letra inédita en honor a José Agustín, Julián Hebert le dedicó “Ya me voy a morir a los desiertos”, y luego Jaime López, rememoró cuando viajaba con el escritor por carretera: “Era un conductor que iba a alta velocidad, daba miedo subirse con él; pero era parte de su personalidad, manejar a toda velocidad”.

Hebert compartió que “en sus últimas horas de vida, pude hablar con él y sé que se reencontró con la poesía, me recitaba poesía de Rubén Darío".

El homenaje estuvo a cargo de sus hijos Andrés, Jesús, Agustín Jr., y contó con la presencia de Margarita Bermúdez, viuda del escritor.

Sus hijos recordaron la vida familiar de José Agustín, quien, aseguraron, no les permitía leer sus novelas cuando eran niños. Jesús mencionó el constante sonido de la máquina de escribir de su padre, quien sólo usaba un dedo sobre el teclado

“Eran horas y horas escuchar este sonido a lo lejos que desde niños hasta nuestra adolescencia lo llevamos muy grabado”, reseñó.

“Una mañana, cuando tenía 13 años, tomé de la biblioteca ‘Círculo vicioso’. Mi padre me dice ‘¿qué haces ahí?’, me lo quita. Y me dice que de ninguna manera lo puedo leer y en eso entra mi madre Margarita y la reprende. Yo me quedé petrificado y asentí con la cabeza. Y después el primero que leí fue ‘La tumba’, no sólo una vez, varias veces; ya contaba con más de 16 años y sí lo disfruté, porque aborda a un joven rebelde con inclinaciones a la diversión y drogas”.

“Con esto quiero decir que mi papá hacía literatura para adultos muy realista y quería que nosotros siguiéramos en nuestro mundo de niños y fantasía. Sus libros primero nacían de sueños, luego los hacía cuentos, obras de teatro o películas. El libro ‘Pedazos cerca del fuego’ lo considero un libro onírico sin censura porque es de ultrarealismo y fantasía”.

Agustín, siendo el hijo menor conforme fue creciendo, buscó la obra de su padre. “Traté de leer ‘La tumba’, según yo para empezar el orden de sus lanzamientos, al igual que ‘Círculo vicioso’, no es un libro de muchas páginas, es breve; pero mi padre me bateó de jonrón y me lo quitó.

“Me dijo ‘no, no lo leas’. Y a mí me pareció algo injusto, porque él presumía que lo escribió a sus 16 años. Y me pidió que lo leyera a los 18. Él no quería que supiéramos su resbalón en la cárcel. Y luego me permitió leer ‘Amor del bueno’, que es menos existencialista”.

“Siempre persiguió estar presente en nuestras vidas, mas a la hora de comer o cenar. Y nosotros siempre estuvimos o vivimos sus atmósferas literarias. Es una realidad. Todos los días en nuestras vidas era una locura, era una persona espontánea desbordante.

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“Vivimos a su lado un ambiente artístico, cultural, musical y audiovisual, pero él nunca nos dijo hagan esto o lo tienen que aprender sólo nos lo contaba. Todo esto fue nuestra educación en casa”, recuerda Andrés, el hijo mayor.

“Yo lo siento muy presente, como una voz que se va apagando lentamente… los libros están ahí, las imágenes. No sé todavía donde va a desembocar todo esto. El hecho que estamos aquí le daría mucho gusto, que acompañan a mi madre también. Va a estar ahí muy presente mi padre”.

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