/ domingo 17 de febrero de 2019

Hojas de papel volando | Tardes de radio: ‘Apague la luz, y escuche…’

De un aparato salían voces, al principio ininteligibles, luego de difícil percepción hasta que se fue afinando y se podía escuchar la voz humana desde un lugar remoto: “¿Brujería?” decían algunos

A la radio la oía todas las tardes luego de la escuela, la tarea y algunas obligaciones que había que cumplir para que el abuelo no tuviera que repetir su vieja cantaleta que era para mis hermanos y para mí: “Aquí el que no trabaja no come…” Y como era.

Así que luego de las obligaciones seguía aquella dicha inicua de no perder el tiempo, un rato de lectura del periódico “La Prensa”; por mi cuenta las “Tradiciones y leyendas de la Colonia” y luego escuchar la repetición de grandes programas de la radio… Tardes de radio, inolvidables.

“Apague la luz, y escuche…” y se escuchaba como desde ultratumba a Arturo de Córdoba que lo decía con un particular énfasis terrorífico. Y todos obedientes, nosotros los hermanos, el abuelo, la madre que sobre tela cosía flores de colores con sus bastidores, los pollos, los conejos, los gatos, el perro, todos guardábamos silencio para escuchar a aquel ángel o demonio desde el más allá, que con la radio estaba más acá.

“Nadie sabe, nadie supo, nadie sabrá… jajajajajaja…”, El Monje Loco, el pavoroso personaje que contaba la historia por media hora, entre cortes comerciales: “Siga los tres movimientos de Fab, remoje-exprima y tienda”… Y lo advertía "Nadie sabe..., nadie supo... la verdad en el espantoso caso de..." y lanzaba una risotada que abría la puerta para conocer el contenido del episodio, que eran –hoy lo sé- adaptaciones de la crónica negra de la época, en los que se exponía la perversidad humana, la redención y el triunfo del bien sobre el mal…

Pero, bueno, para escuchar los sábados por la noche el box o los domingos a las 12 del día el futbol, había que pasar el trago amargo de las tardes en las que madre escuchaba las radionovelas:

“La historia desventurada de: ¡Anita de Montemar!...’Una mujer a quien se le agotaron las lágrimas’. O “Una flor en el pantano”… ¡Y qué tal aquella “Gutierritos” la del pobre hombre al que su mujer le acometía día a día con exigencias y desprecios mientras él, silencioso, aguantaba y escribía en secreto su mejor obra: su propia vida… uhhhhhh…

O “La doctora Corazón, casos de la vida real”; o “El derecho de nacer”; “Ave sin Nido”… o aquel grito patético con el que iniciaba “Una flor en el pantano”… “Aliciaaaaa… Aliciaaaaa”… ¡chin! Pero también había las aventuras de Arsenio Lupin o aquella sin igual en la que Velia Vegar le gritaba aterrorizada a Tomás Perrín: “¡Cuidado Carlos, cuidado! … ¡Dispara Margot!: “Carlos Lacroix”… O la del gran Humberto G. Tamayo: “La policía… ¡siempre vigila!”

Y tantas más, aquellas tardes de radio en las que el tiempo parecía no transcurrir porque estaba depositado en nuestra imaginación y se quedaba quieto porque también quería escuchar aquellas voces mágicas de Velia Vegar, Amparo Garrido, Ismael Larumbe, el Panzón Panseco, José Antonio Cosío, José Antonio González y tantos más, actores grandes cuyas voces surgían de una pequeña caja que tenía un foquito rojo al frente para indicar que estaba encendido y la que de tiempo en tiempo nos jugaba malas pasadas porque “se fundió el bulbo”…

¡Ah, cómo nos hacían sufrir aquellas radionovelas! Eran historias escritas por de Mimí Bechelani, Félix B. Caignet, Carlos Chacón Jr., Raúl del Campo, Víctor Fox o Yolanda Vargas Dulché. Aquello era ‘un martirio sin cesar’ porque había que esperar hasta el siguiente día para saber qué habría de ocurrir con “Chucho el roto”…

La radio en México comenzó en 1921. Fue ese año cuando llegó a México el invento que había estrenado en 1894 Guillermo Marconi y cuyo uso –se dijo entonces- sería militar y naval. Luego vendrían avances vertiginosos, como los que aportó Fessenden que amplió la señal a través del uso de válvulas o cuando en 1888 Heinrich Hertz consiguió manipular la propagación de las ondas a formas similares a las ondas de la luz… (Lo dicen los libros)

En México se transmitieron las primeras señales en Córdoba, Veracruz, cuando el presidente Álvaro Obregón llegó el 24 de agosto para festejar el centenario de la Independencia de México. Por entonces, los hermanos Pedro y Adolfo Gómez Fernández transmitieron un programa de musical desde el 27 de septiembre de 1921 que duró hasta enero de 1922…

Pero ya estaba hecho el ambiente para recibir aquel gran invento mágico por el que de un aparato salían voces, al principio ininteligibles, luego de difícil percepción hasta que se fue afinando y se podía escuchar la voz humana desde un lugar remoto: “¿Brujería?” decían algunos. Con mucha frecuencia las mujeres se santiguaba y hombres se quitaban el sombrero sin entender esa maravilla que lo mismo podía ser milagrosa como diabólica… Cómo es que es.

Y poco a poco se fueron creando las grandes empresas radiofónicas a partir de un sistema de concesiones por lo que en 1924, ante el éxito rotundo de la radio y la solicitud de permisos para transmitir, se creó el Departamento de Radio en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes.

Para 1924 se entendió a la radio como instrumento de usos múltiples: lo mismo recreativo como político. En 1924 Plutarco Elías Calles utilizó una emisora para su campaña y el 6 de mayo del 25 el miedo no andaba en burro: en el Diario Oficial de la Federación se publicó la Ley de Comunicaciones Eléctricas que prohibía que “las transmisiones atentaran contra el Estado y la Seguridad”.

Pero, bueno. Surgieron poco a poco las grandes estaciones de la radio, como la XEB (XE son las siglas que se le asignaron a México en la señal mundial) en la que comenzaron a transmitirse musicales y radioteatros, lo que serían las ‘radio-novelas’ y el 18 de septiembre de 1930 aparece la XEW de Emilio Azcárraga Vidaurreta que por su alcance, su programación y su impacto llegó a ser: “La voz de América Latina desde México”… De ahí en adelante miel sobre hojuelas para todos. En 1960 llega la Frecuencia Modulada (FM) y nuevas formas de recibir las frecuencias.

Hay mucho más de la historia de la radiodifusión en México. Su importancia histórica es innegable, no sólo por su sentido coloquial, sobre todo como instrumento de cohesión y hoy mismo como medio de información muy importante. Aun así, en algún momento se pensó que la radio habría de desaparecer cuando a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta apareció la televisión.

Los presagios para la radio eran funestos. Ya se hablaba que la imagen habría de sustituir al sonido sólo. Y sí. El impacto de la televisión fue devastador mientras se recuperaba la respiración porque pronto Radio y TV habrían de convivir de forma que hoy son medios indispensables.

La radio reaccionó pronto y se levantó a partir de un modelo al mismo tiempo comercial como de alto contenido informativo: “Entérese sin tener la vista fija” decían. Y así surgieron modelos al mismo tiempo político como informativos y comerciales….

Pero mientras eran peras o perones, para fines de los sesenta ya comenzaba una nueva etapa para el país. Lo del 68 habría de cambiar formas, modos, participaciones sociales y el México romántico y solitario habría de convertirse en una aldea global en donde la radio se fue transformando en la medida de los mismos cambios…

Radio Mil, Radio AI, y muchas más dieron paso a los jóvenes de entonces y a sus expresiones lo mismo musicales como a sus exigencias de vida… Pero eso lo habremos de contar en otro momento porque es una etapa en la que los ojos del que escribe se abrieron a otras modas, otros lugares y otras nuevas formas de encontrarse con la vida, ya en el muy querido Distrito Federal…

Mientras, quedémonos con el recuerdo de aquella infancia oaxaqueña, en las que las tardes de radio eran al mismo tiempo el sueño de mundos lejanos y distintos como el cobijo del calor familiar. El abuelo enfundado en su cotorina y puesto el sombrero, callado, escuchando y fumando, los hermanos jugueteando y tomando chocolate de agua, en silencio, y la madre, ella, escuchando y,a la manera de Enrique González Martínez, bordando su propia vida…


  1. “Mi hilandera en las tardes, hila, canta y espera;
  2. hila copos de ensueños al fulgor mortecino;
  3. canta viejas canciones y contempla el camino
  4. a través de las brumas de empañada vidriera.

  5. Hace ya muchos años se quedó prisionera
  6. en el lúgubre alcázar de su propio destino,
  7. y no sabe qué aguarda cuando vuelve al camino
  8. los extáticos ojos mi piadosa hilandera.

  9. Recluida en su torre, con el huso en las manos,
  10. devanando las horas de sus tiempos lejanos,
  11. guarda leve perfume de engañosa quimera;

  12. y en el último olvido de pasadas congojas,
  13. al silbar de los cierzos y al caer de las hojas,
  14. en las tardes de otoño, hila, canta y espera.”


jhsantiago@prodigy.net.mx

A la radio la oía todas las tardes luego de la escuela, la tarea y algunas obligaciones que había que cumplir para que el abuelo no tuviera que repetir su vieja cantaleta que era para mis hermanos y para mí: “Aquí el que no trabaja no come…” Y como era.

Así que luego de las obligaciones seguía aquella dicha inicua de no perder el tiempo, un rato de lectura del periódico “La Prensa”; por mi cuenta las “Tradiciones y leyendas de la Colonia” y luego escuchar la repetición de grandes programas de la radio… Tardes de radio, inolvidables.

“Apague la luz, y escuche…” y se escuchaba como desde ultratumba a Arturo de Córdoba que lo decía con un particular énfasis terrorífico. Y todos obedientes, nosotros los hermanos, el abuelo, la madre que sobre tela cosía flores de colores con sus bastidores, los pollos, los conejos, los gatos, el perro, todos guardábamos silencio para escuchar a aquel ángel o demonio desde el más allá, que con la radio estaba más acá.

“Nadie sabe, nadie supo, nadie sabrá… jajajajajaja…”, El Monje Loco, el pavoroso personaje que contaba la historia por media hora, entre cortes comerciales: “Siga los tres movimientos de Fab, remoje-exprima y tienda”… Y lo advertía "Nadie sabe..., nadie supo... la verdad en el espantoso caso de..." y lanzaba una risotada que abría la puerta para conocer el contenido del episodio, que eran –hoy lo sé- adaptaciones de la crónica negra de la época, en los que se exponía la perversidad humana, la redención y el triunfo del bien sobre el mal…

Pero, bueno, para escuchar los sábados por la noche el box o los domingos a las 12 del día el futbol, había que pasar el trago amargo de las tardes en las que madre escuchaba las radionovelas:

“La historia desventurada de: ¡Anita de Montemar!...’Una mujer a quien se le agotaron las lágrimas’. O “Una flor en el pantano”… ¡Y qué tal aquella “Gutierritos” la del pobre hombre al que su mujer le acometía día a día con exigencias y desprecios mientras él, silencioso, aguantaba y escribía en secreto su mejor obra: su propia vida… uhhhhhh…

O “La doctora Corazón, casos de la vida real”; o “El derecho de nacer”; “Ave sin Nido”… o aquel grito patético con el que iniciaba “Una flor en el pantano”… “Aliciaaaaa… Aliciaaaaa”… ¡chin! Pero también había las aventuras de Arsenio Lupin o aquella sin igual en la que Velia Vegar le gritaba aterrorizada a Tomás Perrín: “¡Cuidado Carlos, cuidado! … ¡Dispara Margot!: “Carlos Lacroix”… O la del gran Humberto G. Tamayo: “La policía… ¡siempre vigila!”

Y tantas más, aquellas tardes de radio en las que el tiempo parecía no transcurrir porque estaba depositado en nuestra imaginación y se quedaba quieto porque también quería escuchar aquellas voces mágicas de Velia Vegar, Amparo Garrido, Ismael Larumbe, el Panzón Panseco, José Antonio Cosío, José Antonio González y tantos más, actores grandes cuyas voces surgían de una pequeña caja que tenía un foquito rojo al frente para indicar que estaba encendido y la que de tiempo en tiempo nos jugaba malas pasadas porque “se fundió el bulbo”…

¡Ah, cómo nos hacían sufrir aquellas radionovelas! Eran historias escritas por de Mimí Bechelani, Félix B. Caignet, Carlos Chacón Jr., Raúl del Campo, Víctor Fox o Yolanda Vargas Dulché. Aquello era ‘un martirio sin cesar’ porque había que esperar hasta el siguiente día para saber qué habría de ocurrir con “Chucho el roto”…

La radio en México comenzó en 1921. Fue ese año cuando llegó a México el invento que había estrenado en 1894 Guillermo Marconi y cuyo uso –se dijo entonces- sería militar y naval. Luego vendrían avances vertiginosos, como los que aportó Fessenden que amplió la señal a través del uso de válvulas o cuando en 1888 Heinrich Hertz consiguió manipular la propagación de las ondas a formas similares a las ondas de la luz… (Lo dicen los libros)

En México se transmitieron las primeras señales en Córdoba, Veracruz, cuando el presidente Álvaro Obregón llegó el 24 de agosto para festejar el centenario de la Independencia de México. Por entonces, los hermanos Pedro y Adolfo Gómez Fernández transmitieron un programa de musical desde el 27 de septiembre de 1921 que duró hasta enero de 1922…

Pero ya estaba hecho el ambiente para recibir aquel gran invento mágico por el que de un aparato salían voces, al principio ininteligibles, luego de difícil percepción hasta que se fue afinando y se podía escuchar la voz humana desde un lugar remoto: “¿Brujería?” decían algunos. Con mucha frecuencia las mujeres se santiguaba y hombres se quitaban el sombrero sin entender esa maravilla que lo mismo podía ser milagrosa como diabólica… Cómo es que es.

Y poco a poco se fueron creando las grandes empresas radiofónicas a partir de un sistema de concesiones por lo que en 1924, ante el éxito rotundo de la radio y la solicitud de permisos para transmitir, se creó el Departamento de Radio en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes.

Para 1924 se entendió a la radio como instrumento de usos múltiples: lo mismo recreativo como político. En 1924 Plutarco Elías Calles utilizó una emisora para su campaña y el 6 de mayo del 25 el miedo no andaba en burro: en el Diario Oficial de la Federación se publicó la Ley de Comunicaciones Eléctricas que prohibía que “las transmisiones atentaran contra el Estado y la Seguridad”.

Pero, bueno. Surgieron poco a poco las grandes estaciones de la radio, como la XEB (XE son las siglas que se le asignaron a México en la señal mundial) en la que comenzaron a transmitirse musicales y radioteatros, lo que serían las ‘radio-novelas’ y el 18 de septiembre de 1930 aparece la XEW de Emilio Azcárraga Vidaurreta que por su alcance, su programación y su impacto llegó a ser: “La voz de América Latina desde México”… De ahí en adelante miel sobre hojuelas para todos. En 1960 llega la Frecuencia Modulada (FM) y nuevas formas de recibir las frecuencias.

Hay mucho más de la historia de la radiodifusión en México. Su importancia histórica es innegable, no sólo por su sentido coloquial, sobre todo como instrumento de cohesión y hoy mismo como medio de información muy importante. Aun así, en algún momento se pensó que la radio habría de desaparecer cuando a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta apareció la televisión.

Los presagios para la radio eran funestos. Ya se hablaba que la imagen habría de sustituir al sonido sólo. Y sí. El impacto de la televisión fue devastador mientras se recuperaba la respiración porque pronto Radio y TV habrían de convivir de forma que hoy son medios indispensables.

La radio reaccionó pronto y se levantó a partir de un modelo al mismo tiempo comercial como de alto contenido informativo: “Entérese sin tener la vista fija” decían. Y así surgieron modelos al mismo tiempo político como informativos y comerciales….

Pero mientras eran peras o perones, para fines de los sesenta ya comenzaba una nueva etapa para el país. Lo del 68 habría de cambiar formas, modos, participaciones sociales y el México romántico y solitario habría de convertirse en una aldea global en donde la radio se fue transformando en la medida de los mismos cambios…

Radio Mil, Radio AI, y muchas más dieron paso a los jóvenes de entonces y a sus expresiones lo mismo musicales como a sus exigencias de vida… Pero eso lo habremos de contar en otro momento porque es una etapa en la que los ojos del que escribe se abrieron a otras modas, otros lugares y otras nuevas formas de encontrarse con la vida, ya en el muy querido Distrito Federal…

Mientras, quedémonos con el recuerdo de aquella infancia oaxaqueña, en las que las tardes de radio eran al mismo tiempo el sueño de mundos lejanos y distintos como el cobijo del calor familiar. El abuelo enfundado en su cotorina y puesto el sombrero, callado, escuchando y fumando, los hermanos jugueteando y tomando chocolate de agua, en silencio, y la madre, ella, escuchando y,a la manera de Enrique González Martínez, bordando su propia vida…


  1. “Mi hilandera en las tardes, hila, canta y espera;
  2. hila copos de ensueños al fulgor mortecino;
  3. canta viejas canciones y contempla el camino
  4. a través de las brumas de empañada vidriera.

  5. Hace ya muchos años se quedó prisionera
  6. en el lúgubre alcázar de su propio destino,
  7. y no sabe qué aguarda cuando vuelve al camino
  8. los extáticos ojos mi piadosa hilandera.

  9. Recluida en su torre, con el huso en las manos,
  10. devanando las horas de sus tiempos lejanos,
  11. guarda leve perfume de engañosa quimera;

  12. y en el último olvido de pasadas congojas,
  13. al silbar de los cierzos y al caer de las hojas,
  14. en las tardes de otoño, hila, canta y espera.”


jhsantiago@prodigy.net.mx

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