/ domingo 12 de mayo de 2024

Del estante / Dos libros de Cristina Rivera Garza sobre La Castañeda

La Castañeda, sitio que fue el centro psiquiátrico más grande del país desde el ocaso del porfiriato, hasta 1968

Abusos, torturas y malos diagnósticos. Así se recuerda a La Castañeda, sitio que fue el centro psiquiátrico más grande del país desde el ocaso del porfiriato, hasta 1968.

Pensar en todo ello aturde, y más por la mella que dejó todo aquello en la construcción de ideas en México, durante las primeras décadas del siglo XX, como la salud mental, el género, o la clase social, las cuales se pueden ver a través de los testimonios de los enfermos y los médicos que convivieron en aquel lugar.

Ese fue el asombro de la escritora Cristina Rivera Garza —recientemente galardonada con el Premio Pulitzer, en la categoría Memorias o Autobiografía— quien publicó en 2010 el libro “La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General, 1910-1930”. El tema lo aborda también en su novela “Nadie me verá llorar” (1999), luego de revisar el Archivo de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, que había permanecido sin clasificar ni revisar durante los últimos años del siglo pasado.

En sus pesquisas, la escritora encontró al menos 80 tipos de diagnósticos generales definidos por los doctores del recinto, a través de los testimonios de los propios pacientes. Una gran cantidad que, según Rivera Garza, “puso al descubierto la falta de sistematización en las clasificaciones psiquiátricas en México”, a través de factores médicos y no médicos. De ellos, uno que resuena fuertemente es el de la “locura moral”.

A decir de Rivera Garza, revela mucha información sobre cómo se veía a las mujeres desde la salud mental de la época, ya que tomó como principal base sus comportamientos sexuales para determinar si tenían alguna desviación. Una práctica que, según la autora, fue forzada por el desconocimiento del cuerpo femenino.

Hasta 1930, las mujeres dentro del manicomio no sólo fueron pacientes sino “objetos de estudio”, en los que aquellas que hablaban abiertamente de sus placeres o preferencias sexuales, eran mal diagnosticadas con este “mal”, del mismo modo en que sucedía con aquellas que mostraban tener habilidades intelectuales más desarrolladas, como la escritura creativa, o que mostraban una actitud de cuestionamiento ante las autoridades.

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Algunos hombres también fueron diagnosticados con “locura moral” por sus preferencias sexuales, pero Rivera Garza afirma que el grueso de población con este “mal” fueron mujeres, las cuajes generaban gran interés entre los médicos que dedicaron varias hojas a entender los comportamientos de amas de casa, prostitutas y mujeres rebeldes.

A pesar de los malos diagnósticos, los cuales cambiaron con la introducción de la psicología y psiquiatría modernas, Reviera Garza piensa que “tal vez gracias a ellos, estas mujeres lucharon, con éxito en algunas ocasiones, por narrar sus historias personales, con lo cual abrieron una puerta invaluable hacia la auto interpretación”.


Abusos, torturas y malos diagnósticos. Así se recuerda a La Castañeda, sitio que fue el centro psiquiátrico más grande del país desde el ocaso del porfiriato, hasta 1968.

Pensar en todo ello aturde, y más por la mella que dejó todo aquello en la construcción de ideas en México, durante las primeras décadas del siglo XX, como la salud mental, el género, o la clase social, las cuales se pueden ver a través de los testimonios de los enfermos y los médicos que convivieron en aquel lugar.

Ese fue el asombro de la escritora Cristina Rivera Garza —recientemente galardonada con el Premio Pulitzer, en la categoría Memorias o Autobiografía— quien publicó en 2010 el libro “La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General, 1910-1930”. El tema lo aborda también en su novela “Nadie me verá llorar” (1999), luego de revisar el Archivo de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, que había permanecido sin clasificar ni revisar durante los últimos años del siglo pasado.

En sus pesquisas, la escritora encontró al menos 80 tipos de diagnósticos generales definidos por los doctores del recinto, a través de los testimonios de los propios pacientes. Una gran cantidad que, según Rivera Garza, “puso al descubierto la falta de sistematización en las clasificaciones psiquiátricas en México”, a través de factores médicos y no médicos. De ellos, uno que resuena fuertemente es el de la “locura moral”.

A decir de Rivera Garza, revela mucha información sobre cómo se veía a las mujeres desde la salud mental de la época, ya que tomó como principal base sus comportamientos sexuales para determinar si tenían alguna desviación. Una práctica que, según la autora, fue forzada por el desconocimiento del cuerpo femenino.

Hasta 1930, las mujeres dentro del manicomio no sólo fueron pacientes sino “objetos de estudio”, en los que aquellas que hablaban abiertamente de sus placeres o preferencias sexuales, eran mal diagnosticadas con este “mal”, del mismo modo en que sucedía con aquellas que mostraban tener habilidades intelectuales más desarrolladas, como la escritura creativa, o que mostraban una actitud de cuestionamiento ante las autoridades.

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Algunos hombres también fueron diagnosticados con “locura moral” por sus preferencias sexuales, pero Rivera Garza afirma que el grueso de población con este “mal” fueron mujeres, las cuajes generaban gran interés entre los médicos que dedicaron varias hojas a entender los comportamientos de amas de casa, prostitutas y mujeres rebeldes.

A pesar de los malos diagnósticos, los cuales cambiaron con la introducción de la psicología y psiquiatría modernas, Reviera Garza piensa que “tal vez gracias a ellos, estas mujeres lucharon, con éxito en algunas ocasiones, por narrar sus historias personales, con lo cual abrieron una puerta invaluable hacia la auto interpretación”.


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