/ domingo 25 de agosto de 2024

¿También ustedes quieren dejarme?

Nuestro mundo se caracteriza por la falta de compromiso. Con frecuencia se considera al hombre actual como una veleta que se deja llevar por el rumbo que el viento le marque. Por eso suenan tan fuertes e inquietantes las exigencias de Jesús en el evangelio de hoy.

Es muy común buscar acomodos y nadar entre dos aguas en la política, en los grupos, en la sociedad, en la religión. Cuando tenemos que decidirnos y quemar las naves siempre encontramos pretextos. Tememos enfrascarnos en la aventura de seguir a Jesús con toda radicalidad, y, sin embargo, sólo las palabras de Jesús nos ofrecen una vida eterna y una felicidad verdadera. Cristo hoy nos pregunta: “¿También ustedes quieren dejarme?”. Resuenan en nuestro corazón también las palabras exigentes de Josué ante las dudas de las tribus de Israel que, conforme adoraban al Dios verdadero, se entregaban a los sacrificios de los dioses cananeos y por eso les conmina: “Digan aquí y ahora a quién quieren servir?”. El verdadero discípulo no puede andar con ambigüedades.

Cuando miramos así la radicalidad del evangelio y la propuesta de Jesús, muchos cristianos se cuestionan si valdrá la pena seguir a Jesús. No se trata de un punto en especial, sino de entregar la vida completa. No es solamente una duda sobre una verdad o una actitud, lo que realmente les preocupa es algo fundamental: ¿Por qué debo orientar toda mi vida siguiendo esos ideales de Jesús? ¿Por qué todos mis anhelos de felicidad, de gozo y de posesión, se deben limitar a sus bienaventuranzas? ¿Por qué superar mis deseos de autoestima y búsqueda de bienestar personal, para entregarme a su forma de servir y a su forma de vivir? Pero en realidad estas preguntas interiores nos las hace el mismo Jesús y espera que le respondamos: “¿También ustedes quieren dejarme?”. No se excusa por sus exigencias, no dice que lo hemos entendido mal, sino que nos lo propone claramente y espera una respuesta decisiva de cada uno de nosotros. Aunque nosotros tratemos de disimularlo y seguirlo tibiamente, su pregunta nos inquieta y nos exige una respuesta clara, no sólo con las palabras, sino sobre todo con las obras. No se puede decir que lo seguimos y que escuchamos su palabra, si después obramos en su contra, si convivimos con la injusticia y la mentira, si no somos capaces de perdonar, si ponemos por encima de la verdad nuestros propios intereses.

Quienes alguna vez nos hemos equivocado, quienes hemos vivido en el error, quienes nos hemos extraviado buscando la felicidad en el placer, en el poder o el dinero, podemos decirle a Jesús: “Señor, ¿a quién iremos?”, porque regresamos desahuciados de aquellas quimeras. Hemos buscado en muchos lugares que nos prometían felicidad y, al final, nos hemos encontrado con las manos vacías y con el corazón agrietado. Por eso hoy, reconociendo nuestros errores, le podremos decir que ya nos hemos equivocado muchas veces y que “sólo Él tiene palabras de vida eterna”. Queremos optar por Jesús, queremos poner los ojos fijos en él y caminar a su lado. Estamos dispuestos a dejar de lado aquellas seducciones y seguir su camino. Es cierto, hay muchas cosas que nos costarán trabajo porque estamos acostumbrados a nuestras comodidades y arreglos, pero ahora sabemos que esto no nos trae la verdadera felicidad.

Después de escuchar el evangelio, necesitamos hacer una verdadera elección. Así como el discurso de Josué provoca una decisión: “Si no les agrada servir al Señor, digan a quién quieren servir”. Hoy, se trata de tomar una posición clara y evitar ambigüedades. No se puede servir a dos señores, hay que tomar bando: o se está por el Dios de la vida, o bien se quiere seguir a los otros dioses, los ídolos y hoy hay muchos ídolos que nos seducen y atraen. Se disfrazan de “dioses buenos”, pero llevan a la muerte: el poder, el placer, el dinero, el bienestar, la superación, etc., destruyen la comunidad y acaban con los pequeños; en fin, se oponen al Dios de la vida. Hoy nos parece dura la palabra de Jesús, pero debemos dejar que nos cuestione, que nos interrogue y descubrir qué quiere Dios de mí, qué piensa de mí, cómo me mira Jesús.

Obispo de la Diócesis de Irapuato

Facebook @ObispodeIrapuato

Nuestro mundo se caracteriza por la falta de compromiso. Con frecuencia se considera al hombre actual como una veleta que se deja llevar por el rumbo que el viento le marque. Por eso suenan tan fuertes e inquietantes las exigencias de Jesús en el evangelio de hoy.

Es muy común buscar acomodos y nadar entre dos aguas en la política, en los grupos, en la sociedad, en la religión. Cuando tenemos que decidirnos y quemar las naves siempre encontramos pretextos. Tememos enfrascarnos en la aventura de seguir a Jesús con toda radicalidad, y, sin embargo, sólo las palabras de Jesús nos ofrecen una vida eterna y una felicidad verdadera. Cristo hoy nos pregunta: “¿También ustedes quieren dejarme?”. Resuenan en nuestro corazón también las palabras exigentes de Josué ante las dudas de las tribus de Israel que, conforme adoraban al Dios verdadero, se entregaban a los sacrificios de los dioses cananeos y por eso les conmina: “Digan aquí y ahora a quién quieren servir?”. El verdadero discípulo no puede andar con ambigüedades.

Cuando miramos así la radicalidad del evangelio y la propuesta de Jesús, muchos cristianos se cuestionan si valdrá la pena seguir a Jesús. No se trata de un punto en especial, sino de entregar la vida completa. No es solamente una duda sobre una verdad o una actitud, lo que realmente les preocupa es algo fundamental: ¿Por qué debo orientar toda mi vida siguiendo esos ideales de Jesús? ¿Por qué todos mis anhelos de felicidad, de gozo y de posesión, se deben limitar a sus bienaventuranzas? ¿Por qué superar mis deseos de autoestima y búsqueda de bienestar personal, para entregarme a su forma de servir y a su forma de vivir? Pero en realidad estas preguntas interiores nos las hace el mismo Jesús y espera que le respondamos: “¿También ustedes quieren dejarme?”. No se excusa por sus exigencias, no dice que lo hemos entendido mal, sino que nos lo propone claramente y espera una respuesta decisiva de cada uno de nosotros. Aunque nosotros tratemos de disimularlo y seguirlo tibiamente, su pregunta nos inquieta y nos exige una respuesta clara, no sólo con las palabras, sino sobre todo con las obras. No se puede decir que lo seguimos y que escuchamos su palabra, si después obramos en su contra, si convivimos con la injusticia y la mentira, si no somos capaces de perdonar, si ponemos por encima de la verdad nuestros propios intereses.

Quienes alguna vez nos hemos equivocado, quienes hemos vivido en el error, quienes nos hemos extraviado buscando la felicidad en el placer, en el poder o el dinero, podemos decirle a Jesús: “Señor, ¿a quién iremos?”, porque regresamos desahuciados de aquellas quimeras. Hemos buscado en muchos lugares que nos prometían felicidad y, al final, nos hemos encontrado con las manos vacías y con el corazón agrietado. Por eso hoy, reconociendo nuestros errores, le podremos decir que ya nos hemos equivocado muchas veces y que “sólo Él tiene palabras de vida eterna”. Queremos optar por Jesús, queremos poner los ojos fijos en él y caminar a su lado. Estamos dispuestos a dejar de lado aquellas seducciones y seguir su camino. Es cierto, hay muchas cosas que nos costarán trabajo porque estamos acostumbrados a nuestras comodidades y arreglos, pero ahora sabemos que esto no nos trae la verdadera felicidad.

Después de escuchar el evangelio, necesitamos hacer una verdadera elección. Así como el discurso de Josué provoca una decisión: “Si no les agrada servir al Señor, digan a quién quieren servir”. Hoy, se trata de tomar una posición clara y evitar ambigüedades. No se puede servir a dos señores, hay que tomar bando: o se está por el Dios de la vida, o bien se quiere seguir a los otros dioses, los ídolos y hoy hay muchos ídolos que nos seducen y atraen. Se disfrazan de “dioses buenos”, pero llevan a la muerte: el poder, el placer, el dinero, el bienestar, la superación, etc., destruyen la comunidad y acaban con los pequeños; en fin, se oponen al Dios de la vida. Hoy nos parece dura la palabra de Jesús, pero debemos dejar que nos cuestione, que nos interrogue y descubrir qué quiere Dios de mí, qué piensa de mí, cómo me mira Jesús.

Obispo de la Diócesis de Irapuato

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