/ martes 13 de agosto de 2024

Crítica al Estado paternalista; la democracia que no merecemos

La libertad es una creación de la revolución francesa; si en verdad David venció a Goliat, de cuántas cosas podemos distinguir su origen y poder asumir que así realmente es. Se pueden leer cientos de libros, escuchar cientos de voces que marcan la diferencia de lo racional y lo ideológico, la mayoría de las veces se confunden y creemos defender una ideología racional sin serlo y terminado donde siempre: en el limbo de la causa perdida y el radicalismo absurdo de la ciega obediencia.

Si la democracia fuera posible comprenderla como verter vino en una copa no sería escrita ni reescrita de una época a otra por intelectuales que dedicaron su vida a dar atisbos complejos de lo qué es y cómo funciona una democracia moderna (diferenciándola con la de los antiguos) y reconocer que no es cualquier cosa servir vino en una copa. Lo único que he logrado comprender es que la herencia democrática no es para todos ni tampoco debería de serlo ¿Qué nos ha heredado la democracia?.

Por más que nos refiramos a la democracia como un gobierno del pueblo, bastaría con cuestionar ¿qué pueblo? Y ahí tendríamos un debate abierto de reconocer qué pueblo es perfectible para la democracia y si la democracia es perfectible a la sociedad individualista, sin caer en las arenas movedizas de Sartori. Realmente cuesta trabajo poner en balanza las formas y figuras democráticas, sabiendo que jamás van a pesar lo mismo.

Pero podemos medir sus consecuencias sin provocar o escribir a favor o en contra de un partido político, de un gobierno o desde una oposición fatídica. No me interesa aportar a la división de ideologías radicales ni de favorecer las victorias pírricas de la política mexicana. En este punto soy más liberal que demócrata.

El Estado paternalista, como una crítica a la democracia moderna (en específico a la libertad individual), es para voltear a ver a los clásicos (modernos), no para hacer uso de una jactancia prematura como la mayoría de los que escriben sobre política y creen que han cambiado al mundo, sino, por la relevancia que pocos citan y entienden.

Cuando leí a Locke, Kant y Thomas Paine describían la necesidad de una sociedad desde el liberalismo y a la constitución de un Estado (mínimo) como un mal necesario, por su simple intervención en el desarrollo de los individuos, a lo que Paine, en 1776, en su ensayo en defensa de los derechos del hombre, declaró:

“La sociedad es producto de nuestras necesidades y el gobierno de nuestra maldad (por ello la necesidad obligada del Estado), la primera promueve nuestra felicidad positivamente uniendo al mismo tiempo nuestros afectos, el segundo negativamente teniendo a raya nuestros vicios.

La primera protege, la segunda castiga”.

Si la democracia es un producto del individualismo y es la peor de las formas de gobierno, dándonos una nueva figura de servidumbre, que es el Estado paternalista (socialista), es decir, el estado máximo por el que el liberalismo se contrapone. La democracia busca la igualdad por encima de la libertad y la libertad cuando roza a la igualdad se confunde creando una sociedad a la que Tocqueville acusaba de egoísta (individualismo negativo) por la degradación del civismo y la decadencia de la moral (del ciudadano), naciendo nuevas formas de despotismo.

Ocurre cuando se confunde la autonomía individual con el relativismo individualista, reducimos la libertad a un derecho a la independencia privada obviando el deber de participar en lo público, o la identificamos ilusoriamente con la lógica del economicismo mercantil. La importancia por encima de la utilidad. Las perversiones de la sociedad florecen y merecen tolerarse por el bien común o ¿por la libertad disfrazada de igualdad?

Kant se refiere a un Estado paternalista que debilita a la libertad individual (positiva), diciendo que:
“un gobierno basado en el principio de la benevolencia hacia el pueblo, como el gobierno de un padre sobre sus hijos, es decir, un gobierno paternalista, en el que los súbditos como hijos de menores de edad que no pueden distinguir lo que es útil o dañino, son constreñidos a comportarse tan solo pasivamente, para esperar

al que el jefe de Estado juzgue la manera de que ellos deben ser felices, y esperar que por su bondad él lo quiera, es el peor despotismo que pueda imaginarse”.

Si hay similitudes con lo anterior en lo que está ocurriendo en nuestra actualidad política es que existe un riesgo latente que la democracia se destruya desde dentro, por medios de sus prácticas y todo se resuelva por voluntad del pueblo ¿Qué pueblo? Vuelvo a cuestionar. Tal vez las reformas al poder judicial y en materia electoral nos quite el velo de la duda.

Nuestra democracia está en riesgo y la oposición reflexionando. Los jóvenes apoyan lo que no conocen, lo cual, me hace recordar a Bobbio cuando decía que las juventudes apoyaban al fascismo porque era lo único que no conocían a causa de las malas prácticas de una democracia. Mucho o poco de lo que se pueda hacer, es necesario regresar a los clásicos.


Analista político
@L_E_Arnold
arnoldtafoyale@outlook.com

La libertad es una creación de la revolución francesa; si en verdad David venció a Goliat, de cuántas cosas podemos distinguir su origen y poder asumir que así realmente es. Se pueden leer cientos de libros, escuchar cientos de voces que marcan la diferencia de lo racional y lo ideológico, la mayoría de las veces se confunden y creemos defender una ideología racional sin serlo y terminado donde siempre: en el limbo de la causa perdida y el radicalismo absurdo de la ciega obediencia.

Si la democracia fuera posible comprenderla como verter vino en una copa no sería escrita ni reescrita de una época a otra por intelectuales que dedicaron su vida a dar atisbos complejos de lo qué es y cómo funciona una democracia moderna (diferenciándola con la de los antiguos) y reconocer que no es cualquier cosa servir vino en una copa. Lo único que he logrado comprender es que la herencia democrática no es para todos ni tampoco debería de serlo ¿Qué nos ha heredado la democracia?.

Por más que nos refiramos a la democracia como un gobierno del pueblo, bastaría con cuestionar ¿qué pueblo? Y ahí tendríamos un debate abierto de reconocer qué pueblo es perfectible para la democracia y si la democracia es perfectible a la sociedad individualista, sin caer en las arenas movedizas de Sartori. Realmente cuesta trabajo poner en balanza las formas y figuras democráticas, sabiendo que jamás van a pesar lo mismo.

Pero podemos medir sus consecuencias sin provocar o escribir a favor o en contra de un partido político, de un gobierno o desde una oposición fatídica. No me interesa aportar a la división de ideologías radicales ni de favorecer las victorias pírricas de la política mexicana. En este punto soy más liberal que demócrata.

El Estado paternalista, como una crítica a la democracia moderna (en específico a la libertad individual), es para voltear a ver a los clásicos (modernos), no para hacer uso de una jactancia prematura como la mayoría de los que escriben sobre política y creen que han cambiado al mundo, sino, por la relevancia que pocos citan y entienden.

Cuando leí a Locke, Kant y Thomas Paine describían la necesidad de una sociedad desde el liberalismo y a la constitución de un Estado (mínimo) como un mal necesario, por su simple intervención en el desarrollo de los individuos, a lo que Paine, en 1776, en su ensayo en defensa de los derechos del hombre, declaró:

“La sociedad es producto de nuestras necesidades y el gobierno de nuestra maldad (por ello la necesidad obligada del Estado), la primera promueve nuestra felicidad positivamente uniendo al mismo tiempo nuestros afectos, el segundo negativamente teniendo a raya nuestros vicios.

La primera protege, la segunda castiga”.

Si la democracia es un producto del individualismo y es la peor de las formas de gobierno, dándonos una nueva figura de servidumbre, que es el Estado paternalista (socialista), es decir, el estado máximo por el que el liberalismo se contrapone. La democracia busca la igualdad por encima de la libertad y la libertad cuando roza a la igualdad se confunde creando una sociedad a la que Tocqueville acusaba de egoísta (individualismo negativo) por la degradación del civismo y la decadencia de la moral (del ciudadano), naciendo nuevas formas de despotismo.

Ocurre cuando se confunde la autonomía individual con el relativismo individualista, reducimos la libertad a un derecho a la independencia privada obviando el deber de participar en lo público, o la identificamos ilusoriamente con la lógica del economicismo mercantil. La importancia por encima de la utilidad. Las perversiones de la sociedad florecen y merecen tolerarse por el bien común o ¿por la libertad disfrazada de igualdad?

Kant se refiere a un Estado paternalista que debilita a la libertad individual (positiva), diciendo que:
“un gobierno basado en el principio de la benevolencia hacia el pueblo, como el gobierno de un padre sobre sus hijos, es decir, un gobierno paternalista, en el que los súbditos como hijos de menores de edad que no pueden distinguir lo que es útil o dañino, son constreñidos a comportarse tan solo pasivamente, para esperar

al que el jefe de Estado juzgue la manera de que ellos deben ser felices, y esperar que por su bondad él lo quiera, es el peor despotismo que pueda imaginarse”.

Si hay similitudes con lo anterior en lo que está ocurriendo en nuestra actualidad política es que existe un riesgo latente que la democracia se destruya desde dentro, por medios de sus prácticas y todo se resuelva por voluntad del pueblo ¿Qué pueblo? Vuelvo a cuestionar. Tal vez las reformas al poder judicial y en materia electoral nos quite el velo de la duda.

Nuestra democracia está en riesgo y la oposición reflexionando. Los jóvenes apoyan lo que no conocen, lo cual, me hace recordar a Bobbio cuando decía que las juventudes apoyaban al fascismo porque era lo único que no conocían a causa de las malas prácticas de una democracia. Mucho o poco de lo que se pueda hacer, es necesario regresar a los clásicos.


Analista político
@L_E_Arnold
arnoldtafoyale@outlook.com