Cuando tocamos el tema de la amistad o reflexionamos en él, por lo general lo hacemos “de allá para acá”, es decir, nos preguntamos quiénes han sido nuestros verdaderos amigos a lo largo de nuestra vida; y así vamos encontrando y descubriendo a tal y cual persona que se decía ser amigo nuestro y no lo demostró en el momento que según nosotros debió hacerlo. Vamos encontrando uno y mil defectos a los supuestos amigos, y terminamos desilusionados a grado tal que poco falta para ir a gritarles: ¡¡¡que mal amigo eres!!! Aunque no lo hagamos.
Bien, pero no todo es así. Recuerdo grandes, qué digo grandes, excepcionales amiguitos desde que éramos párvulos y ya nos perdimos de vista; y otros tantos han incluso partido de este mundo.
Otros, ya compañeros de secundaria y prepa que no volvimos a ver pero que llevamos su grato, gratísimo recuerdo en nuestra memoria con angustia de no saber de ellos, con el deseo de reencontrarnos y ni el “face” nos ha podido ayudar a localizarlos y otros tantos hemos ido teniendo amistad al margen de las escuelas.
Bien, pero ahora si la reflexión la hiciéramos de allá para acá, ¿en qué grado de amistad nos
ubicaríamos respecto de ellos… habremos estado a la altura de sus expectativas… nos remuerde en algo nuestra conciencia? Quizá todos tengamos algo que no nos deje estar del todo tranquilos.
En algunos casos hemos “metido la pata”; bueno, eso es de lo que a manera personal puedo decir.
He sido en muchas ocasiones de poco tacto, de manera tal que cuando ya veo caras largas, es cuando recapacito y me doy cuenta de que ya la regué. Y sin embargo, tengo amigos… eso creo, muchos amigos, me precio de que la gente me quiere, je je, de veras, he sido favorecido en ese aspecto, creo tener muchos amigos y de que soy estimado por muchas personas. A la mejor estoy equivocado, dentro de un grande error, pero aún no me he dado cuenta de lo contrario.
La pregunta sigue en pié: ¿y yo he sido amigo de mis amigos? Aunque no me toca responderlo, percibo que sí. Al menos trato de no perjudicar a nadie voluntariamente y si está en mí hacer algún favor, pues lo hago sin problema alguno.
Claro, no soy monedita de oro y a más de uno no le he de caer bien; y de igual manera a mí, dos o tres los traigo atravesados en el estómago pero, afortunadamente casi no los o las veo, y vivo sin preocuparme por eso. Ordinario como cualquier otro.
Hay personalidades que sólo de verlos caen bien… tienen ese don nato. Sus facciones en el rostro, sus ojos, o algo difícil de describir, pero que caen bien a la mayoría de la gente. ¿Qué tendrán? Y por otro lado, hay otros que nomás de verlos caen gordos… ¿Por qué será? Tenemos que convivir con todos, y respetarlos obligadamente. Cuando le sonreímos a alguien que no nos cae bien, ¿es hipocresía? –no necesariamente; es educación.
Bien, y ¿dónde queda la admiración? Esa es otra cosa. Podemos sin duda admirar a alguien por sus logros, por su forma de ser, de resolver sus problemas, por sus atributos, por su forma de superarse, etc. aunque ni siquiera nos conozca.
Lo cierto es que los amigos siempre se hieren con la espada de la verdad, no deben darse coba ni debemos abusar de ellos y/o de ellas. A todos mis amigos y amigas les mando un fuerte abrazote.
Feliz día de la amistad.